Elección Judicial
Elección Judicial
Opinión no Pedida, por: Carlos E. Ricalde Peniche
Lunes 19 de mayo del 2025.
La reciente elección de jueces en México revela una vez más el profundo desinterés y desconcierto que vive la ciudadanía ante un sistema que, aunque se presenta como democrático, resulta en la práctica incomprensible, opaco y desconectado de sus verdaderas necesidades. Aclaro que no estoy en contra de la elección ni de dignificar la impartición de justicia, pero indico que no es la forma de hacerlo.
La paradoja es evidente: se organiza un proceso electoral para elegir a funcionarios del Poder Judicial —una de las instituciones clave del Estado— y, sin embargo, a casi nadie le importa porque casi nadie lo entiende.
Una de las razones principales es que el ciudadano en general no comprende qué se vota. Entre magistraturas, tribunales electorales, jueces locales, federales, disciplina judicial, administrativos o jueces que juzgan jueces, el sistema de cargos es tan complejo y especializado que, lejos de invitar a participar, desconcierta. La falta de pedagogía democrática es alarmante: no hay campañas que expliquen con claridad qué hace un juez o por qué es crucial su elección. Y cuando, por fin, se intenta promover la participación con grandes campañas publicitarias, el resultado suele ser el contrario: cuanto más se habla, menos se entiende.
Esa confusión se ve agravada por la percepción de que las Salas del Poder Judicial se llenan de “coyotes” y la aplicación de la Ley se vuelve muy elástica. En el imaginario colectivo, los jueces no son vistos como árbitros imparciales o defensores de la justicia, sino como piezas de un tablero controlado por intereses superiores. La percepción —más que fundada en muchos casos— es que los jueces favorecen al Poder Ejecutivo, al partido dominante o a grupos de presión económica. Es decir, que su independencia es simulada.
Esta subordinación, que ciertamente no ha sido absoluta pero sí frecuente, alimenta la sospecha de que votar no sirve de nada, porque los ganadores, no todos por supuesto, ya están decididos por otros mecanismos ajenos al voto.
La corrupción judicial es otro lastre imposible de ignorar. En diversos medios se difunden los casos documentados de jueces (¿caso Lambertina? ¿Silvano?) que liberan criminales por tecnicismos sospechosos, que dictan sentencias a modo o que acumulan fortunas injustificadas. Esta percepción de impunidad contamina todo el proceso: ¿para qué votar por jueces si terminan sirviendo a los mismos intereses de poder y enriqueciéndose en el camino? Cuando el sistema judicial no garantiza justicia sino favores, entonces su elección se vuelve un acto inútil, simbólico, una farsa.
Llama la atención, además, que mientras se reduce drásticamente el presupuesto al Instituto Nacional Electoral (INE), se haya desplegado una enorme campaña publicitaria para promover
elecciones que ni siquiera llaman la atención del respetable.
En vez de destinar recursos a una educación cívica de largo plazo o a mejorar los procesos judiciales, se prefiere el espectáculo: spots, pancartas, redes sociales, discursos altisonantes, candidatos queriendo ser graciosos, en fin, actos para simular que se vive una fiesta democrática, cuando en realidad reina el escepticismo. Esta contradicción entre austeridad institucional y despilfarro propagandístico siembra la duda de que las prioridades del voto judicial no sean la búsqueda de jueces impolutos ni la participación directa ciudadana, sino legitimar un desacreditado sistema de impartición de justicia. Bueno, alguna utilidad vendrá de sacudir el avispero. Ojalá.
Sin embargo, el problema de fondo parece estructural. No se trata solo de cambiar nombres o de elegir a “los mejores” jueces, sino de replantear el sistema judicial completo. Mientras los ciudadanos no entendamos, salvo obvias excepciones, qué se vota, para qué sirve un juez, cómo se les exige rendición de cuentas y qué papel juegan en una sociedad, todo proceso electoral seguirá siendo un simulacro. La elección de jueces, como está planteada hoy, no empodera al pueblo ni fortalece al Estado de Derecho; al contrario, extiende la desinformación, la desconfianza y la subordinación de la justicia a intereses ajenos a la ley y, lo peor, ¿nos convocan a votar desde el mirador de la ignorancia?
Si la democracia se afianzara en la seguridad de la impartición de justicia, en la transparencia y conocimiento del voto y la superación de la desigualdad social, México aún tendria mucho camino por recorrer.
SACAPUNTAS
1. Cada vez que pasan un “spot” televisivo invitando a votar por un juez, coincido con alguien cercano que dice: ¿Usted lo entendió? Yo no.
2. Hasta hoy, en la telenoticias escucho que hay más de 50 salomónicos candidatos ¡que no tienen opositor! Y cuentan que seguirán apareciendo más.
Opinión no Pedida, por: Carlos E. Ricalde Peniche / Correo-e: pibihua2009@gmail.com
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