¡Oootra vez! Los temblores
¡Oootra vez! Los temblores
El Jicote. Por: Edmundo González Llaca
“Usted tiene -me dice mi buen amigo y dentista muy serio y profesional, Oscar Vargas: “Un umbral muy alto al dolor”. Yo le digo que eso de tener: “Un umbral muy alto al dolor”. Es algo crudo, sin contemplaciones, pero después de todo es una forma muy amable de decir, que soy un zacatón. Tiene razón mi dentista, lo reconozco, y lo compruebo una vez más, ahora que las placas tectónicas de la ciudad de México están convertidas en una maraca de temblores.
Toda amenaza tiene su miedo y el que provoca el temblor es para mí uno de los más terribles. Es una amenaza que, a pesar de que la hayamos vivido varias veces, nunca nos es familiar. Si la novedad es el principio del placer, el miedo del temblor siempre se estrena. Es un enemigo con el que no es posible negociar, intercambiar algo, persuadir, suplicar. Utilizar todas las estratagemas que bien conocemos. Es más, ni siquiera huir, pues es un peligro omnipresente, sin remedio, sin antídoto.
El temblor es una especie de furor divino, inaccesible, incomprensible. El miedo que provoca no tiene siquiera la voluptuosidad del vacío o del filo de una navaja. Nada. Es un miedo con un soplete congelado que destruye los velos de la frivolidad, las telarañas mezquinas de las depresiones, las infinitas máscaras del narcisismo. Todo lo desaparece y nos coloca en el umbral frío y simple: la vida o la muerte. Oootra, Oootra, Oootra, Oootra, Oootra, Oootra, Oootra
El temblor es un Midas del terror, lo que mueve lo transforma. De improviso, los muros que nos protegen, ahora nos amenazan; ese hermoso regalo que tanto apreciamos, se balancea peligrosamente; el librero que tanto amamos, cruje. Todas las cosas que nos rodean y por lo que tanto hemos luchado, son guadañas de la muerte con diferentes formas.
Es un miedo que no se va, pues nace de un peligro que no tiene tiempo, que no está lejos, ni ha pasado. Es un verdugo que está aquí, abajo de nosotros, agazapado; que parece alimentarse de edificios derrumbados, de aguas fuera de su cauce. Es indiferente, misterioso, sin culpa. Es un miedo absoluto, total. Pudre el alma, el cuerpo, la emoción. Es integral, casi sobre natural. Es la otra cara del orgasmo.
¿Por qué hacer una apología del miedo? Porque es la única forma de exorcizarlo. Es el único método, para mí, de dominar el miedo. De lo que se trata es de pensarlo, hablarlo, escribirlo, desmantelarlo, saturarlo. El silencio, el disimulo, multiplican las alas de su principal cómplice: la imaginación.
La mejor prueba de que hemos vencido al miedo es reírnos de él. El miedo almidona el alma, impone la rigidez de la muerte. La risa es alada, flexible y juguetona como la vida. Contra la solemnidad dogmática del miedo, la indulgencia y suavidad de la risa. De lo que se trata es de romper la secuencia lógica de las tensiones y ansiedades del temblor con la relajación de la razón, la ruptura desdeñosa e insolente del sentido del humor.
Cada quien su estrategia, lo importante es evitar que el miedo se instale entre nosotros; que dicte su ley de impotencia y de insomnio. Este maldito miedo que nos eriza, pero sin vigor; que nos pone alertas, pero sin reflejos.
Mandemos a volar al miedo. Vamos a vivir con más intensidad, por los que se han muerto, porque nosotros seguimos aquí; vamos amar más, por los que ya no pueden amar.
Después de todo ¡Gracias temblores! Porque en medio de sus sacudidas me han hecho olvidar la inflación, las recurrentes y cínicas metidas de pata de López Obrador; la polarización del país; los retenes en las carreteras.
En unos cuantos segundos nos recordaste que nada hay más importante que ver, oír, respirar, pensar, reír. Todo lo demás se ve tan pequeño. ¡Gracias temblores! Otra vez me han enseñado que las necesidades son graves, pero en un momento dado, lo primero y verdaderamente trascendental, es defender la bendición suprema del cosmos: la vida. La única que tenemos.
NOTA FINAL. Ahora me tomo y les doy unas merecidas vacaciones a los estimados lectores. Seguiremos nuestro diálogo hasta el ocho de enero. Que pasen una muy feliz navidad en compañía de sus seres queridos. Un año 2024 pleno de salud; que se les cumplan todos sus deseos. Acá entre nos. ¡Hasta los malos pensamientos!
El Jicote, por Edmundo González Llaca.
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