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Volver a los diecisiete

Volver a los diecisiete

El Llano en llamas, por: Sergio Romero Serrano

Joan Manuel Serrat es un cantautor español que acompañó a mi generación desde la adolescencia. Lo escuchábamos en la preparatoria de la UAQ al inicio de la década de los setentas, cuando el plan de estudios era anual y asistíamos a clases en el edificio de la calle de 16 de septiembre, entre Próspero C. Vega e Ignacio Altamirano.

Apenas habían pasado 2 años del movimiento del 68 y la matanza de Tlatelolco. Las aulas seguían oliendo a pólvora y no porque hubieran sido tomadas las instalaciones universitarias en Querétaro por parte del ejército mexicano. No.

Solo que las heridas aún estaban abiertas y jamás cerrarían, como entendimos años después, dándonos una perspectiva política de lo que como generación teníamos qué hacer.

La casi simultánea ejecución del Che Guevara en Bolivia, en 1967, también contribuyó de manera especial a crear ese ambiente de rebeldía y venganza que, junto con la guerra fría protagonizada por las dos potencias mundiales del momento, permearon el ánimo de mi generación. La música fue, necesariamente, un elemento catalizador que explicó y alentó una visión diferente de la realidad social y política, incluso estética, de los momentos que nos estaban tocando vivir. diecisiete, diecisiete, diecisiete, diecisiete, diecisiete, diecisiete, diecisiete

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En ella encontramos luces y rumbos que empujaron cambios y acontecimientos. La música conspiraba de nuestro lado.

A Serrat, por ejemplo, le debemos haber conocido la poesía de Antonio Machado. Al musicalizar algunos de sus poemas popularizó a uno de los grandes poetas en lengua castellana.

La canción Cantares es un ejemplo de ello. Ha permanecido en nuestra memoria por generaciones, junto con muchas otras canciones de su amplia obra. Pero Machado no fue el único. Musicalizó también a Miguel Hernández, creando excelentes canciones con las letras de sus poemas y de paso nos alertó sobre la dictadura de Francisco Franco.

También trabajó con Mario Benedetti. El poema El Sur También Existe, que tomo como título al disco con los poemas del uruguayo, adquirió una significación especial –ya en la década de los ochentas- cuando las dictaduras militares en Centro y Sudamérica estaban de salida. Años antes, en el apogeo de los militares golpistas y el exilio que significó para muchos cantantes y compositores, la música folclórica latinoamericana cimbró nuestras consciencias y nos enteró de la represión en ésta parte del continente.

Grupos como los chilenos Inti Illimani y Quilapayún, junto con el mexicano Los Folcloristas, y cantantes como la argentina Mercedes Sosa y Atahualpa Yupanqui, el uruguayo Alfredo Zitarrosa, el mexicano Oscar Chávez, los cubanos Silvio Rodríguez y Pablo Milanés, la magnífica chilena Violeta Parra, entre muchos otros, nos dieron un gusto muy especial por la música de calidad, con excelentes letras y, sobre todo con un contenido político-poético que marcó toda una época llena de movimientos sociales que, en cierta medida explican los acontecimientos que hoy estamos viviendo.

El discurso académico -en la mayoría de las universidades públicas del país, incluida la UAQ- era que nosotros como estudiantes éramos personas privilegiadas al poder estudiar en una institución de educación superior y que deberíamos ser –en esencia- agentes de cambio social: todo aquello que nos disgustaba debíamos cambiarlo con conocimientos y compromiso con la gente más necesitada.

Ese discurso romántico fue desterrado años después, metódica y sistemáticamente, por el de los estudiantes deben ser “gente de éxito y emprendedores”.

El éxito –desde luego- entendido como la capacidad del poder económico individual y la creación de empresas; el mejoramiento de procesos de producción y la mercadotecnia: empezaba a introducirse el neoliberalismo, entendiendo éste como el capitalismo salvaje y rapaz. Había en nuestra postura de estudiantes de mi generación, mucho romanticismo quijotesco que –como dije en líneas arriba- se fue perdiendo.

Ello me hace recordar una caricatura genial de Malfalda –de esa época, por supuesto- donde alerta muy angustiada a los demás personajes (Guille, Manolito y Felipe), después de haber oído accidentalmente una conversación de adultos que abordan un auto: si no te apuras a cambiar el mundo, éste te cambia a ti.

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Creo que algunos de mi generación los cambió el mundo y otros lo cambiaron. Sea como fuere, hay una interacción donde hemos influido al mundo y el mundo nos ha influido. Absolutamente cierto es la influencia que la música de esa época tuvo en nosotros y que –al volverlos a escuchar- nos evoca ese ambiente preparatoriano y esas cátedras memorables que algunos docentes nos dieron.

Particularmente los maestros Francisco Perrusquia, Eduardo Ruíz Castellanos, Alejandro Juárez, Augusto de la Isla, Manuel Lozada, Florentino Chávez, Fernando Tapia, Raúl Lucio y Guillermo Muñoz, entre muchos otros. Algunos de los mencionados ya no están con nosotros.

Nada más oportuno para terminar, que evocar la canción de Violeta Parra: Volver a los Diecisiete…

 

 

 

Sergio-Romero

 

El llano en llamas, por Sergio Romero Serrano.

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